Conoce Motupe y su turismo religioso

Poco después del delicioso desayuno me dirigí hacia Motupe, interesado en conocer el afamado santuario. Había dormido a pocos metros de las pirámides de Túcume, en el apacible hotel Los Horcones, cuya arquitectura sigue un diseño basado en las antiguas construcciones mochicas.

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    Cómo llegar a Motupe

    Tomé una combi hasta Jayanca y poco después subieron dos mujeres acompañadas por unos niños con el cabello aclarado por la desnutrición y tan sucios, que hasta el cobrador los miraba con tristeza. En el paradero de Jayanca entablé conversación con un señor que vivía en Motupe. Era apicultor y le pregunté si vendía su miel en Lima. “Nosotros sólo producimos para la exportación”, me respondió. No era el primer exportador que encontraba de manera inesperada durante ese viaje. En el ómnibus desde Tumbes, había conocido a dos agricultores de Tambogrande que dos veces por semana viajaban hasta la frontera ecuatoriana para vender sus afamados limones, otrora amenazados por la minera Manhattan.

    Cuando pude bajar de un atestado ómnibus en Motupe, me abordó una decena de vendedoras tan vehementes y agresivas que me hicieron recordar el día en fui asaltado en Sudáfrica. Algunas blandían velas o imágenes; otras me apuntaban con alfileres para clavarme estampitas y luego pedirme dinero a cambio. Yo me resistí y protesté hasta que se alejaron. “¡No debe amargarse, usted que es joven!”, me dijo una vendedora diez años menor que yo, haciéndome recuperar el buen humor.

    Ha sido la única vez que sufro similar asedio en tierras lambayecanas, pero debo precisar que normalmente visito lugares poco concurridos. Recorriendo las iglesias derruidas de Saña, las huacas ubicadas en los bosques de Pómac, la Casa de la Logia en Lambayeque o el museo de Sicán en Ferreñafe, me he podido transportar a tiempos antiguos sin mayor inconveniente.

    Ante la cruz de Motupe, en cambio, confluyen en agosto millares de peregrinos desde Cajamarca, San Martín, Amazonas o inclusive Lima, presentando sus peticiones y anhelos: conseguir empleo, la salud de un familiar, la visa a tierras donde haya más oportunidades. En pos de ellos, llegan los vendedores y permanecen después de la fiesta, esperando algún comprador. Su agresividad revela desesperación o, simplemente, hambre, como me dijo un compañero que trabaja en derechos humanos en la región.

    Aunque en Chiclayo se inauguren tiendas de ropa para gorditas (disculpen la expresión políticamente incorrecta, pero así se autodenominan), la pobreza se mantiene, especialmente en las zonas rurales y las mayores víctimas son mujeres, como las que había visto en la combi. Forcejear para vender velas, es quizás lo menos dañino que hagan estas señoras. No son pocas las involucradas en la tala ilegal del algarrobo.

    Para ganar un sol más, los mototaxistas que van hasta el santuario llevan siempre tres pasajeros. Es un largo camino desértico que algunos osados devotos recorren a pie. Se llega a una explanada y debe subirse un cerro hasta llegar a la cruz. El proyecto A Trabajar está construyendo escalinatas, pero la mayor parte de la subida es todavía escarpada. A lo largo del camino, las capillitas con las estaciones del Vía Crucis se encuentran casi ocultas por docenas de kioskos donde se vende cabrito, arroz con pato, velas y recuerdos.

    Los vendedores me ofrecían réplicas de la cruz en todos los tamaños, pero yo decía que prefería tener las manos libres en la subida y al retorno compraría alguna cruz. “Pero llévese una para que la frote en la cruz verdadera”, me dijo uno, “sino, no funciona”. Personalmente, no creo que un rosario en el parabrisas o una estampa de María Auxiliadora en la billetera tengan más efecto en obtener el favor de Dios que una buena conducta, pero guardé silencio para no caer en debates teológicos, que distrajeran el esfuerzo físico de subir el cerro.

    Pocos metros antes de la cima, está por fin prohibido el ingreso de vendedores. Se llega ante una gruta bien ventilada, donde uno puede rezar ante la cruz, adornada por un manto rojo, tomarse fotos y descansar en una terraza. Muchos acuden también para agradecer favores, como atestiguan las imágenes de plata que cubren algunas paredes de la gruta. Al lado, se encuentran adheridas con cera centenares de fotografías de los devotos, muchas veces posando con las gracias obtenidas: un título universitario, un taxi nuevo o un restaurante, que puede ser un chifa en Chiclayo o un local de comida rápida en los Estados Unidos.

    Ahora una réplica de la cruz de Motupe está ubicada en mi sala, cerca de recuerdos de otros lugares del Perú. No le rezo, ni la invoco, pero me hace recordar la fuerza que da la fe para vencer obstáculos. Y, aún en los no creyentes, muchas veces, es la fe, más que la razón, lo que permite seguir apostando por valores como la justicia, la dignidad humana y la libertad.

    En medio de las irregularidades e incertidumbres que han rodeado el envío de peruanos para trabajar en Irak y Afganistán, ha sido lamentable el triste papel que desempeñaron la empresa de seguridad Wackenhut y el ejército peruano, para luego encogerse de hombros sobre lo que sucedería, acaso porque quienes se enrolaban arriesgando sus vidas eran peruanos pobres.

    El Juez de Huancabamba, Edwin Culquicóndor, absolvió de los cargos a los diez policías acusados por la muerte del dirigente campesino Reemberto Herrera (RP 62). Se ha pedido la nulidad de la sentencia, debido a diversas irregularidades, como que ni siquiera se pidió que los testigos reconocieran a los acusados.

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